3.03.2005

Pirata

Bajó del barco, apoyando una de sus castigadas botas de piel, luego la otra, levantando una pequeña polvareda en el lugar marcado.

No pasó mucho tiempo antes de que comenzase a llamar la atención de los agitados transeúntes que, apresurados, corrían ciegos a sus trabajos, mientras que para el recién llegado no había mas que ojos en el puerto. Arrastraba tras de sí una estela confusa y peligrosa, la que arrastran aquellos que vienen de demasiado lejos como para no ser amenazadores.

Rígido entre la multitud, miraba altivo a ambos lados de la calle, tratando de esquivar las miradas como lanzas. Respiraba profundo, aparentemente tranquilo. Oteaba y oteaba, sin parecer encontrar un lugar al que encaminarse.

Quizás deseara tener tan claro su destino como el resto de los transeúntes, quizás.

Súbitamente, su mirada descarriló al ser golpeado por una mujer gorda que andaba precipitada y cargada de carpetas de colores, zigzagueando desestabilizada por sus tiranos tacones.

El extraño le clavó su mirada, y, como quien mira al arco iris, vio en su cara la escala de colores que llevan del odio al desprecio, para como un animal, pasar al miedo y de éste, al sometimiento y humillación. Así, cabizbaja, la mujer se disculpó, continuando su camino de peonza aún mas rápido, ya tenía algo que contar.

Pausado, acarició la argolla dorada que colgaba de su lóbulo izquierdo, quizás recordando de donde venía. Quizás.

Y erguido, continuaba parado como una estatua en mitad del tráfico. Con los ojos cada vez más entornados, tratando de mirar cada vez más lejos, algo cada vez más difícil. El polvo se le metía en los ojos, el griterío del bullicio le ensordecía y molestaba, y los olores de los perfumes le azotaban como muros de colores que encierran estercoleros.

Levantando una de sus botas de piel, dio un par de pasos, hasta la siguiente acera. La vista cambiaba y la gente... la gente seguía siendo la misma.

Allí, sobre la calle, no quería darse la vuelta, como un ratón no quiere mirar a la serpiente que a punto está de devorarlo.

Se resistía a volverse y mirar al viejo barco de madera.

Quizás no veía sentido a aquello por venir de fuera, por ser un extraño, o quizás no lo tuviera realmente.

Así siguió un buen rato, zarandeado por la masa, sin saber donde dirigir sus pasos, y escrutando el horizonte en búsqueda de alguna señal, alguna respuesta.

...

Con la noche bien entrada, el extraño yacía en la cubierta de su viejo galeón, mecido por las olas, contando estrellas y pidiendo deseos. Recordando y soñando con tabernas de islas perdidas, con otros piratas, con aquellas rameras de buen corazón. Y para su sorpresa lloraba, no por haber dejado nada atrás, sino por no haberlo hecho.

Poco después, la bruma consumía al barco, que no era ya mas que una pequeña luz que nadie recordaría.