2.01.2006

Termodinámica.

11/09/05

Vale, las cosas están así.

Me molesta pensar en ti como distracción, con el egoísmo de quien se echa una partida de playstation para quemar la adrenalina acumulada en todo un día haciendo algo en lo que no cree (blah-blah-blah, capitalismo-productivismo y demás clásicos). Pero luego los matices se solapan con tu recuerdo, y caen mientras la gravedad los convierte en púas.

Púas que perforan mi inexistente presente, que si alguna vez estuvo como su nombre indica, no es desde luego ahora. Y con la media sonrisa de un niño loco y abandonado a su suerte, me siento encogido en un rincón a ver como esas heridas se infectan, y como todo se llena de pus y vegetaciones mohosas.

Y todo vuelve a tener coherencia y una dirección con todos los sentidos habituales, sólo que las conclusiones existencialistas no están. Miro dentro de los agujeros de gusano que han ido dejando las espinas mientras trataban de buscarse unas a otras para formarte dentro de mí, por si acaso te las llevastes mientras dormía, pero no, parece algo más. Parece como si lo que ahora tocase contar fuese un secreto tan enorme y revelador, que no se presentasen de manera voluntaria palabras para llevarlo sobre sus hombros. Porque les dé miedo, porque piensen que semejante rutina es mas propia para un secreto muerto, porque son así de caprichosas.

O porque haya un pacto oculto en todo lenguaje para no revelarlo. Para que un universo interior no tome el lugar de otro que nace. Para que no haya uno sólo, sino infinitos secretos que, en perspectiva, formen la estrucutra de un fractal más allá de toda concepción.

Porque todos amamos la termodinámica, la energía interior es el calor menos el trabajo realizado. Amén.

Recuerdo la sensación psicotrópica de sentirse sobrecogido ante la contemplación de la cotidianidad desnuda frente a ti, y despacho con un elegante ademán a las palabras, haciéndolas caminar por el precipicio, de vuelta a su sacrificio ritual. Decidido, no hay existencialismos hoy, he subido demasiado en la escalera de caracol y aquí no hay nada, sólo una azotea descuidada, y el cielo.

Después de todo, hay cosas que ni pueden ni deben ser contadas. Cosas que, irónicamente, dan a luz a toda comunicación, a todo intercambio de calor. Cosas que, con el desinterés de la aleatoriedad, hacen que como una hoja polvorienta caiga el concepto inconcebible de infinito, que nació muerto y con la mísera función de ser obviado.

Y entonces sé que te echo de menos y que es jodido que haya que andar tanto para verte.

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