2.01.2006

El Asombroso Hombre Erizo.

01/23/06

A nadie le importó nunca gran cosa que fuera del hombre erizo.

Apenas se sabía de él que bebía todos los escupitajos que iban a parar al suelo en mitad de una maldición con una larga cañita cuyo diseño sacó de un viejo anuncio, que bailaba de tus pies cuando éstos pataleaban el suelo en señal de protesta infantil, y que en raras ocasiones sacaba la punta de una de sus costrosas garras por las ranuras que separaban su mundo del nuestro. Gesto que acabó convirtiéndose en poco más que una excusa de las madres para que sus hijos no se acercasen a esos suelos metálicos de ranuras que tanto gustan a los niños.

El hombre erizo era incapaz de manejar la delicada línea que separaba el miedo que nos hace libres del que nos hace prisioneros, por lo que no tenía más remedio que postrarse en su viejo sillón playero con dos raquetas estampadas a comprobar como cada vez menos niños se asomaban a ver si algo se movía. Allí abajo.

Sus días pasaban tranquilos, jugando a un PC Futbol de 1994 y escuchando una cinta de Gabinete Caligari que encontró una vez cuando salió a husmear entre los despojos de un rastro dominical. Leía viejas novelas baratas sobre los poderes ocultos de la mente y las apariciones satánicas o algo semejantes, y cada 17 de Marzo celebraba el día del erizo con pastel de humus y un vídeo de Martes y Trece.

Sólo se agitaba los Domingos por la tarde, cuando dándose uno de sus paseos subterráneos, se acercaba a una trampilla cercana a una iglesia de barrio, bajo la que, según la misa subía su intensidad, lloraba, se mordía para no gritar y pedía perdón por su asquerosa existencia.

Porque, muy a su pesar, pocos adjetivos le iban mejor a su vida que "asquerosa".

Tenía apenas un par de viejos calzoncillos amarillentos que paseaba orgullos en uno de sus desfiles frente a las jaulas de los niños. Subiéndolos y bajándolos, seguía arrítmicamente la sintonía navideña de Cortilandia, para que todo niño cautivo recordase el preciso instante en que su vida se jodió definitivamente. Para comer, les daba sus "raciones" que consistían en purés de verdura de lata mezclados con sus propios excrementos. Le hacía una gracia terrible sentarse en su mecedora y mirar como los niños vomitaban y comían, y comían y vomitaban, una y otra vez, como una rutina vertiginosamente hilarante.

Hace tiempo que no se sabe nada del hombre erizo, en los tiempos que corren su misma existencia es algo políticamente incorrecto. Quizás lo peor sea pensar que cuando éste ser desaparezca, se llevará consigo a todos esos niños que mantiene secuestrados bajo la ciudad. Pero aún así, es preferible cerrar los ojos a todo lo que este ser representa.

Porque si a nadie le importó jamás el hombre erizo, a quien le iban a importar esos niños?

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