2.01.2006

Folclore Imperceptible

Muy pocos, se puede decir que nadie, saben ésto, pero en nuestras lágrimas viven colonias de diminutos seres.

Diminutos personajes de 8 patas, translúcidos, pero no transparentes, negros como el agua de una boca de riego.

No solo viven en las lágrimas, lo hacen en todo tipo de líquido incoloro, independientemente de su origen o concentración de sales. Y a mí me da por llamarles lacrimerianos.

Pueden elegir cualquier ambiente, pero pregunta a un lacrimeriano y te dirá cual prefiere sin dudarlo un microsegundo. Es por ésto, por lo que no es extraño que en las lágrimas se encuentren en mayor número que en cualquier otro punto de esta realidad.

Quien en su sano juicio, no querría brotar en plena emoción, recorrer una parcela de sonrosada piel de temperatura cambiante y continuo escalofrío, ver la luz atravesar la gota como un prisma, alcanzar velocidades insospechadas, ser el centro de atención incluso de su creador...?

A quien le importaría entonces la fugacidad, el abandono, la incomprensión, el olvido... pudiendo vivir tan intensamente?

Y así, cuando, extendiendo sus tentaculitos, la gota hace choff sobre el suelo, mueren cientos de lacrimerianos que todos tratarán de olvidar sin haberlos conocidos jamás. Mueren satisfechos todos, conscientes de que eso SÍ ha sido vida.

Aunque nadie sepa lo que es un lacrimeriano.

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- Progenitor?

Éste ya supo que algo no iba bien en cuanto el pequeño soltó su mano.

- Dime.

- Que hacemos?

- Ya lo sabes, exploramos.

- En busca de música que podamos montar hasta que acabemos totalmente despeinados?

- Puede.

- O tal vez de esas refracciones o emisiones de luz que nos hagan flotar y balancearnos? O... dime, dime, tocaremos gigantes irrigaciones térmicas que nos hagan sentir ese escalofrío que es tan... guay?

- Puede, pero por ahora, con que encontremos algo de comer, debería sernos suficiente.

- Progenitor?

- Otra pregunta?

- Sí. No sé si hay algo mas que todo lo que alguna vez vivimos, y ni depierto, ni dormido, ni en vigilia, consigo calmar el ansia que me quita el presente para arrojarme al tanteo de aquello que cubre todo lo demás, ya sabes, lo desconocido.

- ...

- Y entonces, te miro, y me parece que nunca hubieras pasado por este trance, que nunca te hubieras sentido andando por una cadena de motas de polvo sobre el vacío, o que si lo hiciste fue hace tanto que ahora debes estar bien repleto de trucos y conocimiento...

- No sé... No recuerdo... Supongo que estaría preocupado por hacer que tú y los nacidos contigo tuvierais estos huecos de tiempo para poder dar giros y vueltas... Supongo... Venga, dame la mano, sigamos, o no haremos nada útil en lo queda de corriente.

Cogido ya del brazo, no pudo evitar una última pregunta de esas con las que los críos tienen que apuntillarlo todo.

- Crees que los grandes gigantes impasibles sabrán las respuestas a lo que encierra ese desconocimiento?

- Ni idea, pequeño, después de todo somos Acaromanoides, no podemos querer saberlo todo.

- Pues que putada mas gorda...



Y generaciones de pensamientos, de experiencias, de vidas de Acaromanoides se deslizaban entre el surco de las pelusas de polvo, mientras frente a un colosal monitor, torpes y grandes dedos dudaban entre una b y una v.

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No sé si contar ésto.

A fin de cuentas no me corresponde la obligación de hacer públicos ciertos conocimientos. O quizás ni querráis saberlo.

Sí, es probable. Después de todo quien querría saber que los gorriones llevan sillas de montar en sus delicadas espaldas?

Vaya, es que nunca fui bueno guardando secretos, por lo tanto la culpa es de quien hace que lleguen hasta un bocazas como yo. Espero que vosotros seáis mas cuidadosos con la información que yo. O no.

Y es que unos diminutos seres llamados Psicopompos sortean las nubes bien sujetos por diminutos correajes a las espaldas de los gorriones. Uno de ellos me contó en una ocasión que antaño fueron numerosos y valientes, y es por eso por lo que ahora centran todos sus esfuerzos en que no los veamos.

De un solo salto, bajan de sus monturas a nuestras espaldas (siempre a nuestras espaldas), y con total sigilo tienden escaleras de girasoles en espiral hasta nuestros talones, donde provocan grietas para subir dentro de nosotros hasta nuestros globos oculares.

Y es entonces cuando a base de manotazos prísmicos, cuando hacen que aprendamos a andar descalzos de verdad, a reír con todo el cuerpo, a besar por el dogma del placer, y a dar patadas a códigos heredados. Códigos que provocaron la casi extensión de los Psicopompos.

Poco después, bajan por donde subieron, y recogiendo sus enseres, silban a sus obedientes monturas, que delicadamente los llevan hacia donde nos corresponde no llegar nunca.

Por eso es que siempre veis a los gorriones de lejos, simulando comer aunque presenten un aspecto rechoncho y bien nutrido. Y es por eso por lo que os fijáis.

Tras el chivatazo, si alguna vez sentís tener un Psicopompos dentro, solo contadle con pensamientos pulsantes como se ve el mundo a través de nosotros. Pues aunque no los creais estas criaturas son ciegas como el vacío. Y no hay nada que las entristezca mas.

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La gente sabe muy poco de los Gremlins, a la gente le importa muy pocas cosas que no les sirvan para quedar por encima de la gente.

Durante la WWII, entre las tropas americanas destinadas en Asia se extendió la fuerte leyenda de que los soldados japoneses introducían pequeñas criaturas en los motores de sus aeroplanos para destrozarlos desde dentro y hacer que muchos hombres perdiesen la vida en el aire.

En los 80, el director Joe Dante hizo una película sobre estos pequeños seres, considerablemente lejana de la realidad, pero igualmente genial a ratos.

Y a finales de los 90, diversos biólogos llegaron a la conclusión de que una especie de mono enano que busca cobijo en el calor de los cobertizos y motores, fue el culpable de romper tantas avionetas llenas de metal, tubos y cables; fue el culpable del nacimiento de la leyenda. Ellos y su manía de asociarlo todo a sus rígidos conceptos...

- Extracto de una carta de amor de un Gremlin. ---

La noche se me hace encadenada y perpetua, y nunca hasta hoy había conocido lo agustioso de vivir en la rueda de uno de esos transportes tan horribles que los obtusos usan para ir de aquí para allá y de allá para aquí de nuevo.

Toda mi vida en este mundo circular, viéndolo todo girar para al final volver al mismo sitio, todo cambiar para que todo siguiese siendo igual. Toda mi vida sin pisar el exterior del caucho, por miedo a marearme, por miedo a la estabilidad, por miedo a no encontrarme y por miedo a no controlar la situación. Toda mi vida sin conocerte.

Quizás la culpa la tuviese el olor que le damos a los pacamentosterráneos, marcando el territorio y llamando la atención de otros gremlins. Ese olor que hasta los obtusos pueden percibir cuando son niños. Ese olor que me hizo saltar de la rueda y buscarte, saltar y abandonar a mi colonia, que seguían corriendo su vuelta infinita.

Y cerrando los ojos vivo de nuevo aquel desconcierto, aquel mundo plano pero tridimensional cuyas sacudidas de estabilidad eléctrica me hacían caer de bruces una y otra vez y otra. Como las luces me susurraban insistentemente que mis angustias querían reventarme desde dentro, haciéndome estallar en mil pedazos de gremlin, y las voces de otros como yo no me hacían mas que un agujero perceptivo por el que se hundían en espiral alimentando mi angustia.

Había escuchado mil historias de ancianos sobre los que viven fuera de las ruedas, los corresfalto, pero en esas historias parecían tan vitales y llenos de aventuras en los ojos que uno jamás hubiera pensado que tenían que pasar por todo aquello.

Aunque todo daba igual porque apareciste a lo lejos y hablaste con el estruendo ensordecedor de alguien que ha nacido para decirte algo.

- Ya verás como haces que no haya nada mejor que estar aquí.

Y mientras se apagaban en mi mente, ya había vuelto a la rueda, a mi rueda.

Han pasado muchos ciclos, todo ha dado muchas vueltas aquí, para que todo siga igual.

Ni el agua, ni la muerte, ni las rocas me han limpiado la marca de tu atrevimiento aquel día, y jamás he sido llevado de nuevo a aquel lugar, epicentro del trauma de lo que soy ahora.

No sé, parece que el resto sacase motivación de mí para correr mas intensamente, con grandes sonrisas satisfechas como cuhillas ante la carne. No sé, en ocasiones me parece que esto de correr dentro de un circuito no tiene sentido ninguno.

Lo único que sé es que solo puedo pensar en echar a correr y buscarte, aunque no te vaya a encontrar. Y que los demás solo hacen que decirme que mis lágrimas empiezan a agrietar la goma.

Ojalá algún día el transporte vuelva donde tú estás, y te pueda demostrar lo valiente que soy, porque ahora esto se puso en marcha de nuevo y he de marchar a dar vueltas con mi colonia, andan pensando en sacrificarme. Una y otra vez.

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Es por este documento por lo que la DGT y DGG les recuerdan la importancia de revisar sus neumáticos antes de salir de viaje o de visitar un aparcamiento subterráneo.