3.27.2005

Retazos II

La propiedad de un reflejo de Luna.

El destello y la levitación en la muchedumbre deseosa.

Niños malditos nacidos para no dejar de mirar al cielo.

Mundo Moqueta.

La tristeza inherente a la magia.

3.17.2005

Retazos

La tripulación de una lágrima apura su corta vida.

Tres niños descubren como las cosas no son lo que parecen a las afueras de Halloween Town.

Equilibrio Ciencia y Magia. Fronteras que deben fluctuar y mezclarse como origen de vida.

Botes de lata de colacao bajo la cama con las palabras nunca dichas.

Miradas metidas en códigos binarios y fotones para atravesar kilómetros físicos...

3.16.2005

En Tierra

Volvía a casa jugando con las piedras, golpeando algunas para que cayesen al azar en un sitio indeterminado, apartando con suavidad otras, depositándolas con cuidado al margen del camino.

Había sido una noche de brillo y felicidad, ya casi no recordaba la última así.

La puerta de su casa le pareció diferente, pero igual de familiar que siempre. Dentro, también le esperaba lo de siempre.

Se detuvo en la cocina a beber agua, echar algo de leche a los hurones y recordar los farolillos y guirnaldas de la verbena.

Había bailado hasta casi desfallecer, de un lado a otro, mecida por la música que la levantaba y acunaba. Había bebido mas ponche de lo que se podía permitir, como solía decir su padre hasta el último de sus días, nunca sabía donde se metía el alcohol que jamás llenaba la tripa. Había hablado y reído con la gente del pueblo, que también reían con ella, y de ella, pero hacía mucho que eso dejó de importarle.

Frente al impoluto (como cada rincón de la casa) espejo, recordó lo guapa que siempre fue. A pesar de su edad y su constitución delgada, apenas tenía alguna arruga fuera de sitio, o su dorado pelo liso alguna cana que la afeara. Era lo que la luz no reflejaba lo que debía estar mal.

Con suavidad, como cada noche, se sentó en su cama con dosel. Algunos de los hurones jugaban entre sus tobillos, conocedores del ritual de desnudez de su ama.

Sus ojos escudriñaban las rústicas lozas del suelo mientras su mirada retrocedía. Retrocedía a tiempos en los que el bosque le susurraba al oído secretos y códigos que solo debían ser para ella. A tiempos en los que el amor era una prisión y el romance era miedo. A tiempos en los que ÉL se fue, sin comprender por qué el único fuego que en ella ardía lo hacía al mirar a la entrada del bosque. A tiempos en los que la familia se convirtió en pesado trabajo. A tiempos en los que la incomprensión y la soledad no eran tan suyos como la manía de morderse las comisuras de los labios.

Con la falta de coherencia habitual que se gastan los recuerdos, le vino a la cabeza una conversación de la noche, una de tantas, creía recordar que con los padres de aquella niña tan guapa y callada.

- Se lo está pasando bien, verdad?

Le sonrieron desde la fortaleza de su pareja, con la pose de postal que solo algunos son capaces de adoptar sin vergüenza alguna.

- Sí. Ustedes no?

Respondió radiante. Demasiado.

- Sí, gracias. Es una fiesta preciosa, el pueblo está hermoso.

La conversación le venía alternada, el mecanismo ya estaba en marcha.

- Eso es. Y no solo el pueblo, miren, la gente está preciosa. Todos desnudos, esta noche nada importa, mañana que el sol juzgue de nuevo.

Hizo una pequeña pausa, analizando lo dicho, y continuó.

- Bueno, mentira. No es desnudos, es vestidos de radiantes estrellas, así es como están todos, recordando como podrían ser.

Se detuvo, no hacía falta mirar a los ojos para saber lo que venía entonces.

- Bueno, nos alegramos mucho entonces. Siga pasándolo bien. Oh... querido, esos no son los señores de Hans? Discúlpenos.

Y mientras terminaba de ponerse el camisón, solo necesitaba que apareciese alguien que le dijese que sus palabras tenían sentido. Que diluyese la amargura de su sonrisa al recordar la conversación. Que la llamase por su nombre.

Hacía tanto que solo se la llamaba como La Loca de los Hurones que casi no recordaba su nombre. Aunque tampoco es que nadie se lo preguntase.

Frotando sus pies entre las sábanas, como venía haciendo desde niña, podía escuchar al viento arañar la puerta.

Iba quedándose dormida, lentamente. Que no amaneciera no importaba mucho, casi nada. Y, por último, esa noche pensó en el mar en calma.

3.07.2005

Justo como Magia

La noche había roto despejada, transparente y clara, la lluvia se había llevado todo el polvo y las estrellas apenas dejaban un resquicio.
Ni las luces de la feria de la pequeña aldea de LikeHaven, tapaban el brillo de aquel cielo de verano, y menos aún el viento de primavera, que acariciaba complaciente a sus aldeanos.
Aunque no muy tarde, sí resultaba una hora alarmante para que una niña tan pequeña caminase por el sendero de las afueras, sobre todo si el camino conducía al bosque.
Apenas lograba ya escuchar los cánticos de sus paisanos, que debían estar apurando sus licores, gordos y felices, abrazando a sus esposas, o palmeando a sus colegas. Todo eso quedaba cada vez mas lejos, cada vez mas atrás.
Recordaba la primera vez que sus pies descalzos sintieron de manera desagradable la humedad de la hierba, ahora la sensación le hacía reír, imaginándose multitud de gotas besándole sus pequeños pies a cada paso, poniéndose todas de acuerdo.
La oscuridad era cada vez mas envolvente, y cuando la última luz artificial se perdió en el horizonte, una rama crujió a uno de los lados del sendero. La pequeña se detuvo en seco, girándose a la profundidad del bosque.
- Te he traído pastel. Lo he hecho yo.
Una cara asomó entre los troncos con una expresión extraña no-del-todo-humana y ojos que bailaban entre distintos colores. Un poco mas alto que la niña, saltó hasta situarse frente a ella, en los límites del sendero, pero sin pisarlo.
- Por qué haces esto? No lo entiendo.
Respondió con una voz que debió robar a algún ave de gran tamaño.
- No empieces, ya lo sabes, solo cómelo y siéntate junto a mí, hay muchas estrellas hoy.
- No sé si está bien...
Al oír ésto, los ojos de la pequeña se abrieron mas de lo que cabría esperar, reflejando en ellos sentimientos y pensamientos, que aún un sabio dedicado, no podría enumerar. Y a pesar de abrir también la boca para hablar, permaneció en silencio, esperando que el niño salvaje terminara.
- No sé si cuando te vayas, cuando abandonemos el juego de sombras de nuestros encuentros, podré volver allá dentro de nuevo. Hoy casi caigo de un risco pensando en ti. Busco tu olor en cada flor, en cada resina de tronco, tu mirada en el agua de los arroyos, tu risa entre el canto de los pájaros, y tu piel en la caricia de hurones y ginetas.
Para cuando había terminado, en los ojos de la pequeña, había mas estrellas que en el cielo.
- Pero... Esto no es lógico, eres un ser de magia. No tienes ningún derecho a decirme ésto. No puedes... No puedes.
Tras una pausa en la que tragó saliva para no romper a llorar, la pequeña continuó. Hablando al joven, cabizbaja mirando al suelo.
- Tu mundo está en el terreno de la fantasía, tu hogar entre goblins y trasgos, entre leprechauns y goblins, entre... entre todo aquello que nunca llegaré a ver. Y yo solo soy una futura cortesana, como lo mas que puedo pedir. Suficiente me cuesta volver allí, a las casas cuadradas, a los sonidos eléctricos, a las miradas sin brillo, a los olores falsos. Como para perder nuestras encuentros en las sombras... justo ahora.
- No digas eso. Ni se te ocurra. Durante meses me has hablado de peines, de fotografías, de escaleras, de música de otro lado del mundo, de dulces... Has llenado de magia aspectos que hasta ahora nunca lo tuvieron. Si el tiempo susurra que nunca has de aceptar mi invitación, solo asegúrame que sabrás cual es tu sitio, y adentrarte en el bosque, con tu pueblo, aquel que te arranca sonrisas y brillos como pétalos. Pero... no te pierdas, no te difumines.
- Claro.
Susurró la joven, entrelazando nerviosa sus manos, planeando a muy largo plazo como siempre hacía. Sorprendiéndose incluso a sí misma de seguir hablando.
- Recuerdas cuando dejé de traerte dulces durante una temporada?
- Sí.
- Traté de alejarme del bosque, traté de olvidar que alguna vez existió todo ésto. Traté de olvidar la magia. Como tú ahora, no sabía.
- Y ahora?
Rascándose la nariz con la dulzura que solo un cachorro puede tener, le respondió.
- Te gustó la tarta?
- Mucho.
Y ambos rieron, asustando a varios cuervos que espiaban, escudriñando a las figuras en sombras.
Y como solo en mitad de una noche y un bosque puede pasar, compartieron voz, era muy tarde para que importara quien decía cada cosa.
- Y ahora qué?
- Cuanto podríamos mantener todo ésto?
- Que haría el Sol a nuestro juego de Sombras?
- Espera.
- Escucha, quizás los grillos nos den la respuesta.
...
Y la noche avanzaba barriendo los campos, las estrellas sus faros, el viento su voz.

3.03.2005

Pirata

Bajó del barco, apoyando una de sus castigadas botas de piel, luego la otra, levantando una pequeña polvareda en el lugar marcado.

No pasó mucho tiempo antes de que comenzase a llamar la atención de los agitados transeúntes que, apresurados, corrían ciegos a sus trabajos, mientras que para el recién llegado no había mas que ojos en el puerto. Arrastraba tras de sí una estela confusa y peligrosa, la que arrastran aquellos que vienen de demasiado lejos como para no ser amenazadores.

Rígido entre la multitud, miraba altivo a ambos lados de la calle, tratando de esquivar las miradas como lanzas. Respiraba profundo, aparentemente tranquilo. Oteaba y oteaba, sin parecer encontrar un lugar al que encaminarse.

Quizás deseara tener tan claro su destino como el resto de los transeúntes, quizás.

Súbitamente, su mirada descarriló al ser golpeado por una mujer gorda que andaba precipitada y cargada de carpetas de colores, zigzagueando desestabilizada por sus tiranos tacones.

El extraño le clavó su mirada, y, como quien mira al arco iris, vio en su cara la escala de colores que llevan del odio al desprecio, para como un animal, pasar al miedo y de éste, al sometimiento y humillación. Así, cabizbaja, la mujer se disculpó, continuando su camino de peonza aún mas rápido, ya tenía algo que contar.

Pausado, acarició la argolla dorada que colgaba de su lóbulo izquierdo, quizás recordando de donde venía. Quizás.

Y erguido, continuaba parado como una estatua en mitad del tráfico. Con los ojos cada vez más entornados, tratando de mirar cada vez más lejos, algo cada vez más difícil. El polvo se le metía en los ojos, el griterío del bullicio le ensordecía y molestaba, y los olores de los perfumes le azotaban como muros de colores que encierran estercoleros.

Levantando una de sus botas de piel, dio un par de pasos, hasta la siguiente acera. La vista cambiaba y la gente... la gente seguía siendo la misma.

Allí, sobre la calle, no quería darse la vuelta, como un ratón no quiere mirar a la serpiente que a punto está de devorarlo.

Se resistía a volverse y mirar al viejo barco de madera.

Quizás no veía sentido a aquello por venir de fuera, por ser un extraño, o quizás no lo tuviera realmente.

Así siguió un buen rato, zarandeado por la masa, sin saber donde dirigir sus pasos, y escrutando el horizonte en búsqueda de alguna señal, alguna respuesta.

...

Con la noche bien entrada, el extraño yacía en la cubierta de su viejo galeón, mecido por las olas, contando estrellas y pidiendo deseos. Recordando y soñando con tabernas de islas perdidas, con otros piratas, con aquellas rameras de buen corazón. Y para su sorpresa lloraba, no por haber dejado nada atrás, sino por no haberlo hecho.

Poco después, la bruma consumía al barco, que no era ya mas que una pequeña luz que nadie recordaría.